Arquíloco y Aquiles olvidados

"No se puede la vida del hombre recuperar, ni comprar, una vez pasa la barrera de los dientes"(Aquiles, Ilíada 9,408)
El escudo que arrojé de mal grado en un arbusto,
soberbia pieza, ahora lo blande un tracio;
pero salvé la vida. ¿Qué me importa el escudo?
Otro tan bueno puedo comprarme.
(Arquíloco,traducción Ricardo Sánchez Ortiz)

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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Relato de treparriscos

Estando la filosofía sola, como un treparriscos, rodeada de miradas, convertimos a esa bella canción en un motivo para desecharla, porque la catarsis avasalladora tiraniza hoy día al espectador; sólo un instante se hace filosofía, el de la cobertura plena de la aisthesis subjetiva y de todos; cuando llegamos a la ciudad, y caminamos esperando encontrarla, ella nos sigue; nosotros la sobrepasamos y no sabemos qué significó aquel cruce de miradas; un cruce de miradas que también tuvieron Sócrates y muchos sofistas; ella se va alejando, titubea, nos espera, para finalmente seguir su camino sin apenas haber intercambiado dos palabras tras las miles de páginas leídas. El río de la filosofía cambia con las gotas de agua, aunque sean lo mismo. Esperamos vivirlo, en cambio, como si fuera algo nuevo; de hecho lo es, pero aun no se ha sujetado.
   La filosofía nos pide una y otra vez el regreso para no volver jamás, porque nunca estuvo allí; sólo fue un soplo de viento que desaparece en la vaguada, y reaparece tras la loma de la historia, una historia injustificada, llena de peligros y melancolía, que no se atreve a acechar ni a culminar, pues nadie lo ha hecho, quizás a excepción de Nietzsche, esa gran persona que se sujeta de la modernidad y es empujado hacia la creatividad compulsiva. Pero esto también estaba justificado. Un violín que rompe el corazón cuando ya no existe la sensibilidad, cuando un cuerpo uniforme da órdenes a los ratones y obedece a la monstruosidad como si alguien estuviese en peligro.
  A la filosofía le gusta volar; e incluso comerse los objetos; si le quitaran esa afición se convertiría en pájaro que no vuela, pero treparía. Verdad; es irresponsable, debe de decir lo que no está escrito; es la única que se atreve. Pongamos una prueba a la filosofía y exijamos que no hable demasiado alto; su labor se convertiría en hacer de copista; por eso Kant se crea su ficción de moral, y va más allá con su razón que con las palabras. Simula hablando lo que no le dicta su razón. Kant, ese perdigón de la modernidad que acaba con la religión sin que la realeza se de cuenta. El treparriscos de la filosofía. Agradecidos al treparriscos por habernos librado de telarañas y de mosquitos filosóficos; me pregunto lo que hacía un pájaro trepando sobre las rocas. Quizás nos estuviera dando cobertura, a nosotros los amortales, anestésicos y anoréxicos filosóficos, que necesitamos que alguien nos siga la corriente para seguir como el treparriscos, que se deje transferir por la exaltación, y abandone allí cuando debería haber seguido.
  Dale la vuelta al camino y empieza de nuevo, pues ya hemos regresado.-
  Los elementos hiléticos están efectivamente dentro de mí; el objeto no está dentro de mí, sino que está tal cual, ahí.
¿Estás escuchando, filosofía? Trepa, trepa, que aún quedan muchos mosquitos y telarañas. 
 ¡Ahora vámonos que hace un frío del demonio! 

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