Estando la filosofía sola, como un treparriscos,
rodeada de miradas, convertimos a esa bella canción en un motivo para
desecharla, porque la catarsis avasalladora tiraniza hoy día al espectador; sólo
un instante se hace filosofía, el de la cobertura plena de la aisthesis
subjetiva y de todos; cuando llegamos a la ciudad, y caminamos esperando encontrarla,
ella nos sigue; nosotros la sobrepasamos y no sabemos qué significó aquel cruce
de miradas; un cruce de miradas que también tuvieron Sócrates y muchos
sofistas; ella se va alejando, titubea, nos espera, para finalmente seguir su
camino sin apenas haber intercambiado dos palabras tras las miles de páginas leídas.
El río de la filosofía cambia con las gotas de agua, aunque sean lo mismo. Esperamos
vivirlo, en cambio, como si fuera algo nuevo; de hecho lo es, pero aun no se ha
sujetado.
La filosofía
nos pide una y otra vez el regreso para no volver jamás, porque nunca estuvo
allí; sólo fue un soplo de viento que desaparece en la vaguada, y reaparece
tras la loma de la historia, una historia injustificada, llena de peligros y
melancolía, que no se atreve a acechar ni a culminar, pues nadie lo ha hecho,
quizás a excepción de Nietzsche, esa gran persona que se sujeta de la
modernidad y es empujado hacia la creatividad compulsiva. Pero esto también
estaba justificado. Un violín que rompe el corazón cuando ya no existe la
sensibilidad, cuando un cuerpo uniforme da órdenes a los ratones y obedece a la
monstruosidad como si alguien estuviese en peligro.
A la
filosofía le gusta volar; e incluso comerse los objetos; si le quitaran esa afición
se convertiría en pájaro que no vuela, pero treparía. Verdad; es irresponsable,
debe de decir lo que no está escrito; es la única que se atreve. Pongamos una
prueba a la filosofía y exijamos que no hable demasiado alto; su labor se
convertiría en hacer de copista; por eso Kant se crea su ficción de moral, y va
más allá con su razón que con las palabras. Simula hablando lo que no le dicta
su razón. Kant, ese perdigón de la modernidad que acaba con la religión sin que
la realeza se de cuenta. El treparriscos de la filosofía. Agradecidos al
treparriscos por habernos librado de telarañas y de mosquitos filosóficos; me
pregunto lo que hacía un pájaro trepando sobre las rocas. Quizás nos estuviera
dando cobertura, a nosotros los amortales, anestésicos y anoréxicos filosóficos,
que necesitamos que alguien nos siga la corriente para seguir como el treparriscos,
que se deje transferir por la exaltación, y abandone allí cuando debería haber
seguido.
Dale la
vuelta al camino y empieza de nuevo, pues ya hemos regresado.-
Los
elementos hiléticos están efectivamente dentro de mí; el objeto no está dentro
de mí, sino que está tal cual, ahí.
¿Estás escuchando, filosofía? Trepa, trepa, que aún
quedan muchos mosquitos y telarañas.
¡Ahora vámonos que hace un frío del demonio!
No hay comentarios:
Publicar un comentario