Arquíloco y Aquiles olvidados

"No se puede la vida del hombre recuperar, ni comprar, una vez pasa la barrera de los dientes"(Aquiles, Ilíada 9,408)
El escudo que arrojé de mal grado en un arbusto,
soberbia pieza, ahora lo blande un tracio;
pero salvé la vida. ¿Qué me importa el escudo?
Otro tan bueno puedo comprarme.
(Arquíloco,traducción Ricardo Sánchez Ortiz)

ARQUERO

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martes, 28 de abril de 2009

Sexta rotura: Refluencias

Estatua de Rodin, museo d´Orsay, París.


¿Cuándo llega a calar el “placer estético del espectador” en la mímesis en Grecia? Precisamente cuando más conciencia se tenía de que “lo imaginativo” no tenía que conformar su concepto de realidad; pero ¿lo anterior pertenece entonces a la “psicosis de la imaginación”? La estrategia de Sócrates consiste precisamente en ponernos ante una contradicción esencial, puesto que dice: ¡llevemos la vida al arte; demos por excelente a la mímesis para la polis! Nietzsche decía que esto era el socratismo estético; pero de ello resulta que el arte mimético fracasa, como la tragedia griega, cuado llega a parecerse a la vida. Este problema se encuentra en el “contexto inicial”, porque, a parte de que el sentido del efecto artístico nazca ahí, no existe ninguna especie de “viaje en el tiempo”, ni tiempo que es un no-tiempo, o no presente; ¿podemos ejercitar una “retroacción” como un ejercicio asimétrico, que se convierte en una refluencia aprehendiendo un “contexto pos-inicial” que forma el “contexto de sentido” para disfrutar de ese placer estético? ¿Se puede actualizar el “contexto de sentido inicial”? Estaríamos hablando de algo no-somático; por lo tanto no hay actualidad de la obra, pues ni siquiera hay actualización; aunque sí que sea actualizable de forma trascendente: por un lado en el sentido inicial que puede quedar olvidado; y por otro lado en el contexto de sentido, realmente si lo hay, mucho más potente que el "sentido inicial" originario; pero la obra en cuanto hablamos de “originaria” (mímesis de Homero), la hacemos trascendente inevitablemente, la vaciamos de sentido. Esto es posible por el principio de transgresión en el arte, donde no cabe el principio lógico de no contradicción; a esta rotura accede Platón en el Ión cuando habla de la tradición sofista del arte en Grecia: comienza advirtiendo la necesidad de que el rapsoda llegue a interpretar a los viejos poetas y penetre en su pensamiento para expresarlo bellamente: “Por cierto, Ion, que muchas veces os he envidiado a vosotros, los rapsodas, a causa de vuestro arte; vais siempre adornados y os presentáis lo más bellamente que podéis, como corresponde a vuestro arte, y al par necesitáis frecuentar a todos los buenos poetas y, principalmente a Homero {...}y penetrar no sólo sus palabras, sino su pensamiento. {...} no sería buen rapsoda aquel que no entiende lo que dice el poeta. Conviene pues que el rapsoda llegue a ser un intérprete del discurso del poeta, ante los que escuchan, ya que sería imposible a quien no conoce lo que el poeta dice, expresarlo bellamente.”(Ion, 530b-c, traducción de ed. Gredos).Ahora bien, según Platón en esa reflexión no hay una técnica, razón, sino un encantamiento, y no es el rapsoda el que crea y decide los diálogos sino las musas, el vino y el ritmo, y el encantamiento de Baco; y eso es para Platón una demencia que, no deja trabajar a la inteligencia ni tomar conciencia de lo que se dice: “ Ya miro ,Ion, y es más, intento mostrarte lo que me parece que es. Porque no es una técnica lo que hay en ti al hablar bien sobre Homero; tal como yo decía hace un momento, una fuerza divina es la que te mueve, parecida a la que hay en la piedra que Eurípides llamó magnética y la mayoría heráclea.{...}, la musa misma crea, inspirados, y por medio de ellos empiezan a encadenarse otros en este entusiasmo. De ahí que todos los poetas épicos, los buenos, no es en virtud de una técnica por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino que están endiosados y posesos.{...}, los poetas líricos hacen sus bellas composiciones no cuando están serenos sino cuando penetran en las bellas regiones de la armonía y el ritmo poseídos por Baco.” (533d-534b, Ion).Pero su crítica a este tipo de arte va aún más allá: “Y si la divinidad les priva de la razón {...}, es para que nosotros, que los oímos, sepamos que no son ellos, privados de la razón como están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es la divinidad misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla.”(Ion, 534d). El interés de Platón por demostrar que Ion no es experto en su oficio, sino que se mueve por instinto, anula toda posible relevancia, para el concepto de filosofía que Platón pretende construir, de esta tradición mítica que representan rapsodas y aedos, pero no sólo estos, pues Platón dice que éstos sólo son una parte, sino toda la tradición desde Homero, pues su filosofía no admite a los que están fuera de su razón: “Por consiguiente, oh Ion, ¿diremos que está en su razón ese hombre que, adornado con vestiduras llamativas y coronas doradas, se lamenta en los sacrificios y en las fiestas solemnes, sin que sea por habérsele estropeado algo de lo que lleva encima, o experimenta temor entre más de veinte mil personas dispuestas hacia él, y ninguna de ellas le roba o hace daño?{...}. ¿No sabes que el espectador es el último de esos anillos, a los que me refería, que por medio de la piedra de Heraclea toman la fuerza unos de otros, y que tú, rapsoda y aedo, eres el anillo intermedio y que el mismo poeta es el primero?”(Ion, 535d-536a).Así es como Platón deja fuera a los artistas y se apodera de la filosofía para hacerla racional. Y así es como se toma conciencia de que el arte mimético es un pasatiempo peligroso si llega a conformar nuestro concepto de realidad.