· Nietzsche lleva a cabo una rotura con la moral unidireccional situando el plano en unas coordenadas bien diferenes a la tradicional escala piramidal; no se considera por encima los esclavos, entendiendo que todos nosotros somos esclavos; reducirlo de esa manera es arriesgado; hay que matizar un poco. Los esclavos según opinión común son los que obedecen; es muy curioso lo que Nietzsche dice al respecto; en “de la superación de sí mismo” del Zaratustra, después de comparar al pueblo, a los que obedecen, según opinión común, con un río sobre el que va flotando una barca con las valoraciones que ha puesto en ella la especie que llama “sapientísimos” (la voluntad dominadora), y que el río es el que “tiene que” llevar la barca, dice que “en todo lugar en que encontré seres vivientes oí también hablar de obediencia”; todo ser viviente es un ser obediente, dice. La cuestión de obedecer, y de estar o no dentro de esos “esclavos”, se decide en el “obedecerse a sí mismo”; el que no sabe obedecerse a sí, es al que se le dan órdenes; con esto Nietzsche convierte al que manda y da órdenes a los demás en juez, vengador, y víctima de su propia ley, por eso el que manda ejerce obediencia incluso cuando manda, se arriesga a sí mismo al hacerlo; lo que se llama libertad de la voluntad, como si realmente pudiéramos actuar libremente(véase “mas allá del bien y del mal” aforismo 19), es el afecto de superioridad con respecto a quien tiene que obedecer; por eso si existe el espíritu libre, este es el que se obedece a sí mismo, y la superioridad, no es superioridad ante nadie (manipulación hitleriana-nazi de Nietzsche), sino ante uno mismo, y se utiliza en Nietzsche para destruir la moral; sólo el fuerte, el que sabe entrar en esa dialéctica de la voluntad puede acabar con los prejuicios, no el que ha aprendido a dar órdenes, creyendo que la volición basta para la acción. Es la procedencia de la acción lo que dejamos que decida sobre el valor de ésta, procedencia derivada de una intención; se acordó creer que el valor de una acción reside en el valor de su intención, cuando para Nietzsche el valor decisivo de una acción está en aquello que en ella es no-intencionado; y dice más adelante que si alguien no se siente igual o si se siente excluido, en verdad lo está, puesto que se excluye de obedecerse a sí mismo, renuncia ahí a su voluntad de poder, pero en cambio no renuncia a la voluntad de ser señor; su acto de obedecer, no deja de ser un acto de voluntad en donde hay un pensamiento que manda; además de sentir y pensar (sólo una máquina puede obedecer sin sentir), en la voluntad como he dicho se da el afecto de superioridad, porque si no, no podríamos imponernos a nosotros mismos reglas, o simples costumbres, como la de frotarse los ojos al levantarte. Y ese afecto, guía al que obedece a otro a adueñarse de lo que es más débil todavía, “a ese sólo placer no le gusta renunciar”. Nietzsche es ya un superhombre por pensar esto, pero lo puede ser cualquiera que se atreva a pensarlo-.