Arquíloco y Aquiles olvidados

"No se puede la vida del hombre recuperar, ni comprar, una vez pasa la barrera de los dientes"(Aquiles, Ilíada 9,408)
El escudo que arrojé de mal grado en un arbusto,
soberbia pieza, ahora lo blande un tracio;
pero salvé la vida. ¿Qué me importa el escudo?
Otro tan bueno puedo comprarme.
(Arquíloco,traducción Ricardo Sánchez Ortiz)

ARQUERO

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lunes, 23 de febrero de 2009

BIG JOE WILLIAMS, una vida en los bolsillos.

Joseph lee Williams o Poor Joe; Crawford, Mississippi, 16/10/1903 / Macon, Mississippi, 17/9/1982.
Uno de los originarios del blues del delta, con más de sesenta años de carrera profesional, conquistó desde los juke-joints sureños hasta los más grandes escenarios de los grandes festivales
[1]. Influenciado por Charley Patton, denota una fuerte individualidad asentada, de estilo frenético e improvisado; tocaba su guitarra inventada de nueve cuerdas para recordar viajes, crisis económicas, crueldades, mujeres, y para conservar un estilo evocador y definitivo. Las estancias en las penitenciarias del Estado, esas cárceles de los que, en este caso concreto, estorbaban o habían sido arrastrados por los autojustificantes de la moral, y sin que sean por eso claro está los acicates del arte originario como piensan muchos, sino sólo para la supervivencia de ciertos aristócratas de la difusión, le permitieron componer algunos de sus temas más líricos.
Nos cuenta Sam Charters en la contraportada del disco de la fotografía que cuando empieza a hablar su cara se ablanda; cuando mira hacia arriba sonriendo su áspero acento del Mississippí se suaviza, no siendo nada difícil captar lo que va diciendo; pues eso precisamente caracteriza al blues originario, su claridad de exposición. Se vuelve receloso si alguien nuevo entra en la instancia, entonces sus ojos se vuelven súbitamente suspicaces y cuidadosos. Si alguien le pregunta por el dinero que ha ganado con la música se enfurece y da la espalda a todos; él mismo ha pasado muchos años sin saber si fue el dinero o el trabajo lo que condujo a un fin preestablecido. En 1978 a sus 69 años la vejez repentina ha hecho mella en él y a veces se queda en un estado en el que por espacio de un minuto no puede entender lo que ocurre a su alrededor o quizás más bien es su alrededor al que le parece increíble verlo. Se puede vislumbrar un firme y fuerte concepto de la lucha que continuamente tuvo que mantener Joe por algo que pudo surgirle cuando estuvo viajando desde su casa en Crawford.
Coge primeramente el estuche de su guitarra (resollando al agacharse y al abrir y sacar la guitarra). Junto a la guitarra guarda cosas que alguna otra vez puede resultarle de utilidad: copias de algunos de sus discos, menús de hoteles, programas de conciertos y alguna prenda de vestir. En los bolsillos guarda direcciones, cartas, apuntes de canciones, tickets viejos de dos o tres años atrás de viajes. Si lo que busca no estaba allí, empieza a buscar por otros bolsillos volviendo a cerrarlo todo como si lo cerrara con llave; toda una vida en los bolsillos. Esa es la vieja impresión que suscita la vida y obra de este gran artista. Aunque las cosas importantes las tiene cerradas en el estuche de su guitarra con un pequeño candado del que guarda celosamente la llave, pues ahí tiene pasaporte, contratos, dinero y billetes de viaje. No sabe leer ni escribir, pero a través de los años ha aprendido a entender los papeles que lleva ahí.
Fue uno de entre 16 hermanos, a los cuatro años y medio se construyó su propia guitarra y aprendió canciones. Dice: “La vida en los campamentos fue escuálida. Sucia colección de tiendas y cabañas, y trabajo exhaustivo, la vida no fue nada fácil; en un campamento de leñadores en medio de los pantanos, la Empresa tenía su propio lupanar, dando algunas veces una mujer a algún hombre que pretendía extraviarse a fin de retenerlo; el salario era de un dólar o dólar y medio al día, y ningún hombre pudo nunca ahorrar nada, y sólo salían los sábados por la noche, a beber y bailar al son de la guitarra de un hombre como Je Williams. Si algún hombre moría asesinado, los otros se encargaban de sacarlo fuera del camino”.
En su voz y sus dedos se plasma todo el pasado, vida y blues.
Si la estética del arte quiere seguir segregando y describiendo el arte, debe de poder y saber añadir esta lírica rural americana, y otras, a la lista de sus pretensiones fenomenológicas; no se puede mantener por ejemplo que la temporalidad originaria de la realidad humana en su más secreta intimidad se reduce a la nada, se trasciende o difiere
[2]; sólo para justificar que el tiempo no es una realidad de la naturaleza universal y objetiva; y acto seguido abrir una vía férrea hacia la esclavitud de las dimensiones, esclavitud musical que, fue liberada intencionadamente en los años 60 para lo que iba a venir inmediatamente después, la formación de las generaciones televisivas de la música.
[1] “La gran enciclopedia del blues”, Gérard Herzhaft, Ma Non Troppo, 2003. También he consultado otro libro fabuloso: “Nothing but the Blues. Le blues: sa musique et ses musiciens”,Lawrence Cohn, Editions Abbeville-Paris, 1997.
[2] Pág. 184 delibro: “Rythmes et monde”, Jacques Garelli, ed. Jérôme Millon, 1991.




miércoles, 11 de febrero de 2009

voluntad-esencia-mundo



La música nos trae la inapariencia de la verdad a la apariencia; y la inapariencia no se muestra tal lo que vemos; en cada gesto humano se desvela nuestra auténtica libertad, exactamente igual que en la música, pero no cualquier música ejecutada de cualquier manera y en cualquier contexto; debemos tocar, o “atusar”, entreapercibir lo que oímos para que se nos muestre, debemos “atusarlo” desde nuestro leib interno insobornable y más consciente que la realidad que se muestra y vemos, pues ésta siempre lo hace de forma inconsciente y arbitraria, en donde la mayoría de las conjeturas se efectúan según un fictum atraído por lo que vemos pero no “atusamos”. No existe ese fictum en cambio, en la música “atusada” de esa forma. La forma desde la que entendemos los sonidos musicales tiene más que ver con lo pasado que con lo que está por escuchar. Sólo algunas personas se muestran con ese talento, el que ayuda a la escucha o también el que pone en marcha el mecanismo; son los héroes de las vivencias que otros no saben ver; los sujetos sin objeto, sin subjetividad externa, que reflejan de forma instantánea la inapariencia del arte. Cuando la música así vista o “atusada” se convierte en la ilusión del colectivo, entonces la vida responde a la vida; se acorta la distancia de la obra con la recepción. Entonces puede que nos convirtamos en el “espectador fenomenologizante” que practica la epojé dejando el ipse fuera de la implosión identitaria de los signos musicales. Pero eso instituye los “fiadores” o entre-apercepciones del sentido que se busca como una NUEVA ONTOLOGÍA, las nuevas reglas para la voluntad, las pseudo-psicosis sociales. Problema articulado como un corpúsculo trimembre: VOLUNTAD-ESENCIA-MUNDO, la forma fenoménica de algo indescifrable, el fenómeno de la voluntad y su reconciliación con la música. Nietzsche nos dio su lección en Música y palabra.
De tal corpúsculo sólo podemos hablar de MUNDO; podemos hacer la siguiente experiencia: cuando de repente apagamos la luz el ojo no ve, se hace la oscuridad; ¿qué ocurre entonces si dejamos una rendija de luz? Que el ojo va en busca de esa pequeña luz y empieza de nuevo a configurar las formas originarias. La experiencia de la noche es la experiencia del día, una experiencia que continuamente reinicia el sentido de las formas originarias en un círculo de eternidad, círculo de la nada, pero de vida material eterna, sin fictum hecho hueso. La originariedad conquistada por la visión interna, enfocada con un mecanismo cinematógrafo que puede guiar por sombras. También los ciegos pueden hacer esta experiencia para ganar el leib interno que “atusa” la música.

"Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere
ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo." Así Habló Zaratustra, "de las tres transformaciones".